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lunes, 21 de mayo de 2012

Frente a un punto de inflexión. Gonzalo Perera



En buena medida, la opción del 27 de mayo supone una clara señal de hacia dónde queremos los frenteamplistas que se oriente nuestra fuerza política.

Repasemos: a su nacimiento, el FA era el aglutinamiento de la clase obrera más combativa, de los estudiantes imbuidos del espíritu de la época y de sectores de las capas medias de mayor nivel educativo (típicamente, profesionales universitarios de ingresos medios o docentes). Ese FA que alcanzó el 18% de los votos en el 71, era básicamente montevideano,  con una constitución sociológicamente muy clara y una masa de votantes ideológicamente sólida. Y por cierto, ese FA era temido u odiado visceralmente por la mayoría de la población que no lo votó.

Vinieron los tiempos del horror y en el que muchos daban por muerto al FA. Pero el excepcional liderazgo del General  Seregni y la heroica resistencia de decenas de miles de militantes anónimos, muchos de los cuales dejaron todo en la lucha por la democracia, hizo que ya en 1982, en las elecciones internas realizadas por la dictadura con proscripción del FA, unos ochenta mil votos en blanco expresaran claramente que a la bandera tricolor de Otorgués no la arriaba nadie. Es de estricta justicia recordar el muy importante rol que desempeñara en ese momento el llamado “comité de la Olímpica”, en donde se destacaba el compañero Danilo Astori, cuando, bajo pretexto de seguir las peripecias futbolísticas de Nacional, se pasaban los mensajes del General desde la prisión.

Las elecciones del 84 fueron básicamente de reconstitución pero también de desagravio del FA. Mantuvo niveles de votación, composición sociológica y niveles de votación muy similares a los del 71, pero se dio una innovación crucial: muchos uruguayos no frentistas comenzaban a mirar sin aprensión  y con apertura hacia esa fuerza política que había demostrado ser capaz de soportar los mayores  tormentos por honrar sus convicciones.

Abrir ese candado mental que en el 71 era inexpugnable y  el fuerte posicionamiento del  FA entre los jóvenes, hizo que entre el 84 y el 89 se comenzara  a dar con gran intensidad el ciclo de convencimiento “de hijos a padres”, lo cual hizo que el FA creciera lo suficiente como para que, soportando el desprendimiento del sector muy mayoritario en el 84, la histórica lista 99, igual pudiera llevar a Tabaré a la IMM.

A partir de ese momento se dan cuatro procesos simultáneos y coadyuvantes para un crecimiento aún más  sustantivo de la votación del FA.

1) La gestión del FA en Montevideo terminó definitivamente con “el cuco” en amplios sectores de la población y mostró que el FA no sólo sabía resistir, sino también gobernar bien. A su vez proyectó  al primer nivel político nacional a una figura de gran carisma personal como Tabaré. 


2) La debacle en la que sumió el país el modelo neoliberal, paroxística en el gobierno de Batlle, desacreditó a los partidos tradicionales, al punto que el Partido Colorado tuvo en el 2004 una votación testimonial. Amplios sectores sociales comenzaron  entonces a apostar al FA.


 3) El ingreso del MLN-T al FA, la conformación del MPP y la irrupción de una figura particularmente carismática como Pepe Mujica, con un discurso en excelente sintonía  con el interior y el medio rural, hasta ese entonces muy  esquivos al FA. En algunos departamentos del interior país fue notoria una migración muy sustantiva de votos tradicionalmente blancos o colorados hacia el FA, fruto de una gran empatía con el mensaje político de Mujica.


 4) La promoción de una política de amplísimas alianzas (Encuentro Progresista primero, Nueva Mayoría luego) por parte de Tabaré, que redundó en la llegada al FA (o retorno, en el caso del Nuevo Espacio y el PDC) de grupos políticos que contribuyeron al crecimiento de caudal electoral, particularmente en el interior del país, donde el FA ha llegado a ganar intendencias muy relevantes.

Esta conjunción de factores explica cómo el FA llegó a superar el  50% del electorado nacional en las últimas dos elecciones, y su consecuente instalación en el gobierno, lo que generó desafíos novedosos. A saber:

1) El surgimiento del “empresariado progresista”. El Estado uruguayo sigue siendo un actor central de la economía, por lo cual muchos empresarios que eran allegados a los partidos tradicionales, pero dotados de inteligencia estratégica para desarrollar su actividad, se acercaron al FA. No insinúo alegremente ningún tipo de conducta impropia, sino que indico una obviedad. Como el Estado es cliente vital de muchas empresas, y era claro que el FA llegaba al poder político por al menos una década, parte del empresariado abandonó su postura tradicionalmente refractaria al FA, siguiendo la lógica empresarial de que es conveniente guardar buenas relaciones con quien administra los fondos de un cliente prioritario.


2) El factor anterior, sumado a los desafíos de la gestión de gobierno, a la existencia de un muy importante plantel de cuadros técnicos (de diversas edades), con crecientes invocaciones a conceptos como “modernidad”, “seriedad”, “responsabilidad”, “realismo”,  “racionalidad”, “actualización ideológica”, ha llevado a muchos frentistas  a considerar arcaísmos posturas tradicionales del FA recogidas en sus documentos programáticos. Esto  consolidó un polo socialdemócrata con evidentes tonalidades liberales dentro del FA.


3) No obstante los puntos anteriores, en la base militante del FA, se identifica un núcleo férreamente apegado a los principios fundacionales, anti-oligárquicos y anti-imperialistas, que defiende con vigor particularmente intenso posturas programáticas del FA como el rol activo del Estado en la matriz productiva, no reducido a mero regulador o articulador, por ejemplo. Este núcleo se mantiene sociológicamente cercano al perfil tradicional frentista, con fuerte incidencia de trabajadores, base de sustentación social claramente distinta a la del polo aludido en el punto previo.

Nada de lo anterior tiene sentido peyorativo o irrespetuoso hacia absolutamente nadie. Es una mera constatación fáctica, absolutamente evidente para nadie que no sea políticamente ciego.

Más allá de las excelentes candidaturas, y que gane quien gane  la apuesta a futuro será y debe ser a crecer y madurar desde la unidad y no desde el sectarismo, la opción del 27 de mayo fortalecerá alguna de estas posturas que han estado en lógica disputa, consecuencia estrictamente objetiva de los factores analizados y que no son imputables de modo alguno a aviesas intenciones de nadie. 

Por estos motivos, estoy convencido que la elección de Juan Castillo el 27 de mayo lejos de ser un ataque a nadie, será por el contrario una fuerte apuesta a la unidad como método de construir sociedad, al tiempo que significará un fuerte acicate a las posturas más ligadas a las necesidades objetivas de los obreros, trabajadores y capas medias de menores recursos, y una inyección de vitalidad y actualidad a posturas fundacionales del FA que son esenciales a su identidad.




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